El nombre procede de Vernazza, población de la Liguria italiana. Su origen es incierto. Podría estar en Aragón y de hecho en La Rioja se conoce a esta uva como tinta aragonesa. En Cerdeña se discute si la garnacha fue introducida por los catalanes o si la garnacha catalana deriva de una variedad previa de la isla. Otros de sus nombres son: garnatxo o garnatjo en el Maresme y la Cataluña del Norte, gironet o giró en Mallorca, lledoner en el Ampurdán, granatxa en el Priorato, vernatxa en el Maestrazgo y las Tierras del Ebro, negrella en Valencia, canonau en el Alguer, cannonou en Cerdeña y grenache en Francia, California y Australia. También se denomina garnacha negra o garnacha del país cuando se quiere distinguirla de sus otras variedades:
La garnacha es una variedad de uva negra que da un racimo de mesa y vinífero. Su grano es ovalado, dulce y de color morado. Es la variedad mediterránea más cultivada en el mundo, siendo utilizada prácticamente en todas las denominaciones de origen de Cataluña, incluida la Cataluña del Norte, y en la de Requena.
El vino tinto o rosado de garnacha posee entre 15º y 16º de alcohol, tiene poco color, con cuerpo y poco ácido. En algunas zonas se produce añadiendo parte de mosto fermentado y no fermentado, resultando un aroma primario de confituras y especias.
Priorat puso de moda la garnacha y recordó que esta uva “de segunda” (sabrosa, pero no excesivamente tánica, con gran carácter frutal, pero oxidativa o, al menos, “sensible”) podía alumbrar grandes tintos si se cultivaba en los suelos adecuados, se limitaban considerablemente los rendimientos y se seleccionaban cepas viejas.
La garnacha es una uva agradecida en todos los sentidos. En el viñedo es especialmente “sufrida”, capaz de soportar las situaciones climáticas más adversas (el sol sofocante y vientos tan molestos como el cierzo de Aragón o el mistral del Ródano), necesita poco agua y crece sin problemas en los suelos más pobres.
En la copa ofrece una buena expresión de fruta madura y puede aportar una agradable nota floral que recuerda las violetas, aunque si tuviéramos que quedarnos con una característica clave, sería su “sabrosidad” en boca. Elaborada con un mínimo de cuidado nos regala una textura aterciopelada y unos taninos redondeados y frutosos. Los vinos que con ella se elaboran suelen ser llenos y amables en boca, muy para tomar y disfrutar. El patrón encaja perfectamente con el vino que pide hoy el consumidor y la sitúa, en definitiva, en la quintaesencia de lo mediterráneo; un título que sólo podrían disputarle la monastrell y la syrah.
Concretamente en el viñedo tenemos entre 200 y 300 ceps de garnatxa de más de 80 años que producen entre 0,5 y 1 kg. por cep.